Se siguen oyendo los gritos. Gritos de migrantes ahogándose en el mar y gritos de auxilio para quienes les intentan ayudar.
Canarias es un grito del que no podemos dejar de hacernos eco. Solo la empatía nos podrá convencer del sufrimiento de quienes llegan a nuestro país. Primemos la acogida y la integración.
Y eso es lo que hicieron en Órzola (Lanzarote), muchos vecinos-as, la noche del 25 de Noviembre, que fueron los primeros en llegar a la orilla de las rocas, formaron una cadena humana, usaron los bidones de gasolina como boyas y comenzaron a rescatar con la única luz de los teléfonos móviles.
Estos gritos llegaron a José Antonio, un carpintero jubilado, que sin saber nadar, trajo a tierra a varios supervivientes. Cuenta su familia que al volver a casa pasó doce horas mudo. Estaba en estado de shock. Eran gritos desgarradores.
Y frente a la hospitalidad del pueblo, la actitud de las administraciones, que dejan en la intemperie a los que llegan, los tiran como objetos en el muelle de Arguineguín, los devuelven en caliente, sin respetar ninguna legalidad, impiden que puedan venir a la península, tal vez ¿para expulsarlos más fácilmente?
Mientras esto ocurre, los gobernantes van a Marruecos, para que sigan reprimiendo la emigración, y a Senegal, a firmar un acuerdo pesquero, que durará cinco años. Este tratado es la fórmula legal que permite robar los recursos pesqueros que eran sustento para una parte muy importante de la población local. Miles y miles de familias pesqueras, justamente gracias a esas pateras, tenían en el mar su sustento diario, que ahora solo pueden buscar a miles de kilómetros de sus costas. La contribución o chantaje que la UE pagará a Senegal ascenderá a 1,7 millones de euros al año. ¿Cuántas personas pueden alimentarse con 12 mil toneladas de atún y merluza? ¿Cuántos medios de vida han sido anulados a cambio de unos fondos que vete tú a saber dónde se quedan?
Nos horrorizamos ante la masacre de Lampedusa; sentimos vergüenza, porque quince emigrantes murieron intentando entrar a nado en Ceuta, mientras agentes de la guardia civil les disparaban con pelotas de goma. Y no queremos que Canarias se convierta en Lampedusa.
Hay que resaltar la aportación positiva que la inmensa mayoría de los inmigrantes hacen al país que los acoge. La contribución abarca todas las dimensiones: la economía, la demografía, la cultura, etc. No lo olvidemos, quienes vienen de fuera nos traen un inmenso tesoro, rejuvenecen con sangre nueva nuestra vieja Europa y nos abren al desafío de la diversidad. Muchas mujeres inmigrantes están siendo la voz y las manos de ternura que nuestros niños, nuestros enfermos o nuestros ancianos necesitan. Muchos jóvenes jornaleros están recogiendo de nuestros campos una riqueza, que no se ve correspondida con las condiciones laborales que sufren. Y todos ellos son un ejemplo de esperanza para nuestra sociedad pesimista y ciega ante el futuro. Sí, todos ellos son fuente de esperanza, ya que fue la esperanza la que les dio las fuerzas para afrontar tan duro viaje.
No debemos olvidar que solo cuando cese la injusticia actual del comercio internacional y de armas, cuando cesen las guerras inducidas en países con riquezas mineras, cuando los dictadores que expolian a su pueblo dejen de contar con la complacencia de gobiernos y empresas multinacionales, la inmigración de ciertas zonas del mundo se podrá regular.
Estamos convencidos de que la hospitalidad, implica, en su mínima expresión, no poner en riesgo la vida de quienes intentan entrar en nuestro país, aunque sea de forma irregular y que ojalá entre todos y todas vayamos construyendo esa gran utopía que es la fraternidad y que la palabra que más resuene sea la de HOSPITALIDAD. Las personas que estamos aquí reunidas, creemos que es posible.