Diego Velicia
Gracias al movimiento que se ha denominado 15M (orillando por cierto el nombre originario de Democracia Real ¡Ya!) hemos asistido en las últimas semanas a algunos debates en torno a la democracia, a su filosofía y su realización práctica. Gracias al movimiento que se ha denominado 15M (orillando por cierto el nombre originario de Democracia Real ¡Ya!) hemos asistido en las últimas semanas a algunos debates en torno a la democracia, a su filosofía y su realización práctica, mezclada eso sí, con un sinfín de temas variados, de muy distinta importancia y algunos hasta absurdos. Dejo de lado el análisis de todos esos temas variados y me centraré en el de la democracia, por parecerme el más interesante de cuantos se han planteado.
Las críticas más importantes que los grupos convocantes de esas movilizaciones han hecho al sistema político son:
- promover el bipartidismo,
- alejar a la clase política de la sociedad y
- ponerse en manos de la banca.
Las críticas más importantes que los grupos convocantes de esas movilizaciones han hecho al sistema político son:
- promover el bipartidismo,
- alejar a la clase política de la sociedad y
- ponerse en manos de la banca.
Analizando esas críticas vemos que no pueden ser más acertadas: sobre el bipartidismo no hay más que echar un vistazo a los resultados electorales y comprobar cómo la suma de los votos que han recibido PP y PSOE en cada proceso electoral ha ido creciendo cada cuatro años. Respecto al alejamiento de la clase política de la vida real, las muestras son innumerables. Y sobre el dominio de la banca sobre los políticos, se hace evidente al observar a Botín en las reuniones de Zapatero con los grandes empresarios y banqueros del país. Acertadas críticas, creo yo.
El que los gobiernos electos encuentren necesario plegarse a las intenciones de las grandes compañías privadas, el que los medios de comunicación, que moldean la opinión pública, puedan ser comprados y vendidos por millonarios que los tratan como piezas de propiedad privada... demuestra lo difícil que es para una democracia real coexistir con el capitalismo monopolista.
Una de las cosas que hemos observado en esta crisis es cómo gobiernos, supuestamente progresistas, han rendido pleitesía a estos grandes conglomerados de poder económico privado sin responsabilidad frente al público.
Una de las consecuencias ha sido la falta de confianza popular en la democracia misma. Ésta sólo puede rectificarse llevando cada vez más ese poder al sector público que, a su vez, debe dar cuenta de sus actos. Por sector público no me refiero al estatal, sino al público, es decir, al gestionado por el pueblo.
Una de las características de las falsas democracias es que unas pocas instituciones públicas están guiadas por principios democráticos, mientras que muchas otras instituciones de importancia central en la vida de las personas (medios de comunicación, banca, grandes empresas...) están dirigidas por oligarquías, que no están obligadas a dar cuenta de sus actos y no son elegidas por el pueblo.
Si nos interesa crear una sociedad democrática, es claro que aún hay mucho trabajo por hacer.
Hasta este punto, creo que lo expuesto no contará con un número excesivo de desacuerdos en el lector. Otra cosa será en lo que viene a continuación.
Hemos oído en las manifestaciones, acampadas, artículos y tertulias la necesidad de una “democracia participativa”. Y aquí es donde empieza mi rechazo. Espero contar al final del artículo con alguna adhesión a este rechazo. Explicaré por qué.
La participación no puede ser un adjetivo de la democracia. Si miramos el diccionario de la lengua, para poder entender lo que es la participación, nos dice “tomar uno parte en alguna cosa”. En una película de una hora y media también participa el actor que interviene 30 segundos, pero desde luego no tiene el mismo poder de decisión que el director. O por poner otro ejemplo reciente, los mosos de escuadra que desalojaron la Plaza de Cataluña en Barcelona también participaron en la acampada. Como dice el guasón... “si no puedes ayudar estorba, lo importante es participar”.
Es verdad, quizá me he puesto demasiado bromista con temas serios. Perdonad. Y permitidme retornar a la seriedad para continuar.
Por participación podemos entender la accesibilidad a la información y la disposición de los gobernantes a escuchar la voz del pueblo. Esto ya lo hizo Franco...quien por cierto también quería democracia... orgánica. Creo que la información y la negociación no son incompatibles con una estructura fundamentalmente autoritaria de poder y gobierno. Como tampoco lo es un espectáculo de consulta y participación cuando lo que se busca es una ratificación de decisiones ya tomadas. La democracia incluye debate y discusión, pero estos no bastan si no son concluyentes. Esa es la apariencia de una democracia sin su esencia.
Democracia es poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Es decir, autogestión.
Hay una falsa democracia. Que puede ser parcheada con participación. O puede ser removida por completo para que haya autogestión.
Hablar hoy día de la defensa de la democracia como si estuviéramos defendiendo algo que conocemos y poseemos desde hace muchas décadas o muchos siglos es un autoengaño y una falsificación ... Deben buscarse los criterios, no en la supervivencia de las instituciones tradicionales sino preguntándose dónde reside el poder y cómo debe ejercerse. Algunos países hoy día son más democráticos que otros. Pero tal vez ninguno sea muy democrático de aplicarse una estricta definición de democracia. La democracia masiva es un territorio difícil y hasta ahora en gran medida inexplorado. Nos acercaríamos al objetivo y tendríamos un lema mucho más convincente si habláramos de la necesidad no de defender la democracia, sino de crearla.
Y para crearla es necesario empezar por aquellas instituciones que el propio sistema considera que son las encargadas de gestionar políticamente esta democracia, que son los partidos políticos.
En ningún partido del arco parlamentario hay democracia interna. Y no la hay, no porque el sistema les obligue a que no la haya, sino porque los que pertenecen a esos partidos no quieren que la haya. Lo primero que necesitan es romper con las subvenciones que les atan y depender sólo de las cuotas de sus afiliados. Cuando un militante no da tiempo y dinero a su asociación no le da nada. Es de esperar que los cargos electos de distintos partidos que empiezan a proliferar en los actos que piden una democracia real propongan en los órganos internos de sus partidos rechazar las subvenciones por votos conseguidos en las pasadas elecciones, en un gesto de coherencia. Si no lo hacen, su participación en la movida del 15 M sonará a interesada.
Es claro que hay que eliminar privilegios de los políticos, pero para hacerlos iguales a los últimos, no a la media, sino a los últimos de la sociedad. Esto es la democracia, y lo otro es la participación.
Cualquier reforma propuesta, cualquier paso a dar tiene que tener claro el objetivo final. Si ese objetivo es la participación, no habrá merecido la pena. Si el objetivo es la autogestión merecerá la pena y en ese camino nos encontraremos los que transitamos tratando de convertir este mundo de salvaje en humano.
La autogestión es la forma de organización sociopolítica del futuro, no cabe duda. El desarrollo político de la centralidad de la persona y el proceso histórico avanzan por ahí, generalizando y liberando la cultura. Romper las resistencias que pone el poder (incluidos los partidos políticos del arco parlamentario) a este proceso es el gran quehacer político, para que todas las personas puedan protagonizar su vida personal y colectiva. Si levantamos la autogestión, volverá a ser posible la revolución que realice la emancipación de los pobres de la Tierra. El mundo camina hacia la democracia, hacia la autogestión.