Ir vestidos a la última, seguir los dictados de la moda, salir de rebajas, pueden parecer actos intrascendentes, e incluso divertidos. Pero detrás de ellos se ocultan realidades bien distintas.
Una “moda flash”, cambiante a
un ritmo a veces de vértigo, que incita al consumismo desenfrenado del usar y
tirar. Y que obliga a un sistema de producción y comercialización depredador de
recursos y explotador con las personas.
Tener preparada a tiempo la
próxima temporada, en grandes cantidades para atender tiendas de medio planeta,
exige una capacidad de producción y venta muy ágil y sobre todo muy flexible,
pues tiene que ser capaz de atender al cliente sin que haya existencias; es
decir, producir al ritmo que se vende.
Esta práctica del “just in
time” está muy bien desde el punto de vista de la empresa dedicada a la moda
fugaz, pero es un rígido sistema que se hace a costa de la flexibilidad de los
trabajadores de toda la cadena de producción y distribución.
Cuando el centro inamovible
es el beneficio, la cotización en bolsa o la rentabilidad de los accionistas,
todo lo demás se hace secundario y debe moverse y adaptarse en torno a él:
materias primas, productores, fabricantes, vendedores, e incluso los
consumidores, que nos movemos al son que su publicidad marca. Las personas
debemos hacernos inclinarnos y ser flexibles ante el dios beneficio.
Y así sucede todo en torno a
estas empresas: desde las costureras en las maquilas de Marruecos, Bangladesh o
Brasil hasta los empleados de las tiendas de nuestras calles. Condiciones
laborales, aquí y allí, con contratos precarios, temporales, o a tiempo parcial
con horarios alargados e impredecibles, con bajos sueldos con los que no es
posible vivir, en los que el trabajo se convierte en condena. O incluso sin
contrato, en los que se cierne la amenaza del paro y la pobreza, el chantaje de
la competitividad con los trabajadores de la otra parte del mundo e incluso de
las agresiones físicas, favores sexuales, esclavitud infantil,…. Trabajos
flexibles hasta el agotamiento. Personas que rotan. Personas de usar y tirar,…
Pero existe otra cara bien
distinta en esta realidad. Mientras esto sucede, estas empresas muestran sus grandes
éxitos y beneficios. Empresas que pueden pagar un salario digno a sus trabajadores
pero que prefieren aumentar el brillo de sus balances. Así se amasan las
grandes fortunas de nuestro país. Sólo con lo que se incrementa el patrimonio
anual del mayor de nuestros ricos, se podría pagar a sus más de 115.000
trabajadores de forma más que digna. Pero prefiere ser más rico todavía y
soltar alguna que otra migaja para tranquilizar su RS empresarial… y su
conciencia.
Ante esta situación, como
ciudadanos y consumidores tenemos que ejercer
nuestro protagonismo y responsabilidad. En primer lugar cuestionando
nuestro modo de vivir y consumir y derrochar y en segundo lugar, nuestra
obligación de conocer estos hechos y exigir no sólo calidad y precio sino condiciones
laborales justas y dignas para los trabajadores.
Debemos exigir que la economía
esté al servicio de la persona. Y no al revés.
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