Partimos de una situación social de cierta
desafección a la política. A finales de 2016, el 64 % de los españoles estaba
en desacuerdo con la frase “Mi voz cuenta en mi país”. Comparativamente con los
países de nuestro entorno es un porcentaje elevado de ciudadanos los que tiene
la percepción de que no son tenidos en cuenta a la hora de las decisiones
políticas, que sus inquietudes, preocupaciones o intereses no están
representados en el debate público.
Los estudios avalan la vinculación entre esa
sensación de falta de eficacia política y las características socioeconómicas
de las personas. Los parados, los que tienen menos estudios, los que viven en
barrios más empobrecidos, los jubilados con bajas pensiones… en general se
sienten más alejados de la capacidad de influencia política. Esto se constata
claramente cuando consideramos el voto como un indicador de participación
política. En ese caso observamos que los barrios más empobrecidos de la ciudad
son también los que muestran un mayor índice de abstención en las distintas
elecciones que se celebran. Aunque hay que reconocer que en todas las clases
sociales existe un grupo de personas que no se siente representada en la
política, este porcentaje es mayor entre las clases bajas.
Los presupuestos participativos pretenden acercar
una parte de la decisión de qué inversiones realizará el ayuntamiento de
Valladolid en cada zona de la ciudad a los ciudadanos que viven, trabajan o
desarrollan su actividad diaria en esa zona. Para ello los ciudadanos podemos
aportar propuestas de inversiones, participamos en la selección de las mismas y
decidimos finalmente sobre ellas.
Este proceso pretende promover la participación
política de los ciudadanos desde la posibilidad de que su voz pueda influir en
esas decisiones. Se agradece el esfuerzo de la administración municipal por
acercar a la ciudadanía algunas decisiones sobre el futuro de la ciudad. Un
objetivo loable sin duda. Este esfuerzo es la “cara” de los presupuestos
participativos.
Pero si este es el principal objetivo, para
conseguirlo habrá que tener en cuenta que no se puede tratar por igual a
realidades que son muy diferentes. Sin embargo el proceso no hace diferencia
ninguna entre sectores de población con alto índice de participación y sectores
de bajo índice de participación, ni entre unos barrios y otros. No se trata de proporcionar más dinero a las
zonas de la ciudad más empobrecida, cosa que se puede hacer desde el resto del
presupuesto municipal, sino de propiciar una metodología diferente a las zonas
en las que, por las características socioeconómicas de su población, necesitan
un mayor apoyo de la administración municipal para participar en los
presupuestos. De no hacerse este esfuerzo, se corre el riesgo de que estos
procesos de participación incrementen la diferencia entre aquellos que ya
sienten que su voz es tenida en cuenta y los que sienten que no.
Hay que tener en cuenta que los ciudadanos
percibimos con facilidad las dificultades que tiene nuestra zona: una calle por
la que mucha gente cruza sin paso de peatones, unas aceras demasiado estrechas,
ausencia de lugares como bancos en los que descansar… Y esto lo hacemos por
igual independientemente del nivel socioeconómico. Pero la capacidad de generar
propuestas viables técnica y económicamente es menor en aquellos sectores con
menos estudios, con menos confianza en su capacidad de influir, con salarios
más bajos…
Dada la complejidad de la
legislación y las dificultades legales y burocráticas, no es fácil que un
ciudadano haga una propuesta técnica que sea realizable y resuelva el problema
planteado. Pero esta dificultad aumenta en las zonas empobrecidas. La dinámica de los presupuestos pide que se
realicen propuestas que pueden ser desechadas por motivos técnicos (por
ejemplo, la dimensión mínima de una rotonda o el flujo de tránsito rodado en
una calle) o económicos. Pero, más interesante que la valoración técnica de las
propuestas presentadas, sería identificar la problemática que señala el
ciudadano y, junto con él, tratar de elaborar una propuesta válida
técnicamente. Esto, sin duda, requiere una colaboración más estrecha entre los
técnicos de la administración municipal y los ciudadanos, pero si la
experiencia de participación resulta negativa, el resultado es que la
desafección política es aún mayor.
Diego Velicia
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