Cuando los que mueren son “otros”, los que no tienen mi
sangre, mis ideas o mis creencias, cuando los que mueren están lejos o son
pobres, nos sentimos justificados para no sentirnos “demasiado” afectados.
En estos últimos meses asistimos a la extensión del
terrorismo en África y Oriente medio, donde el derecho a la vida parece ser
cada día más difícil de cumplir. La muerte y la tortura de las formas más
abyectas y salvajes imaginables está sucediendo justo al otro lado del
Mediterráneo.
Debemos condenar este genocidio de nuestros hermanos, sean
cristianos o musulmanes, masacrados vilmente por el simple hecho de serlo. Como
debemos denunciar el genocidio silencioso del hambre, que siega 100.000 vidas
diarias (la mitad niños), el de la guerra, el aborto, la violencia o cualquier
otro atentado contra la vida humana. De cualquier ser humano, de todos y en
todo momento de su existencia. No se puede fragmentar, hacer excepciones a este derecho fundamental, salvo que queramos
faltar a la verdad.
Lamentamos el silencio y la indiferencia cómplice de los
medios de comunicación, que salvo honrosas excepciones, oculta lo que está sucediendo
y se limita a ofrecer los hechos sin analizar ni profundizar en sus causas.
También lamentamos la hipocresía de muchos partidos y
políticos que corrieron a hacerse la foto en Paris, cuando fueron brutalmente
asesinados los dibujantes, para defender, no el derecho a la vida, sino el
derecho a la endiosada libertad, que sin reglas ni límites, se ha convertido en
esta vieja Europa en valor supremo, por encima del derecho a la vida y a la libertad de los
demás.
Y nos entristece el papel de esta triste y decrépita Europa
que sólo es capaz de mirar el sufrimiento cuando el acto terrorista o el ébola
o el emigrante está en su territorio, pero mira con indiferencia más allá de su
orilla. Entonces sí sale a la calle en masa. Pobre Europa, que no reconoce sus
raíces y que hoy pelea por la defensa de los derechos de tercera generación
cuando aún falta muchísimo para cumplir los derechos humanos fundamentales y
fundantes.
Pobre Europa que ya no es que no sea capaz de actuar, es que
ni siquiera es capaz de condenar pública y contundentemente estos actos, ni de
hacer autocrítica en la parte de responsabilidad que le corresponde, habiendo
estado interesada en mantener y propiciar gobiernos débiles, fácilmente
manipulables para obtener sus materias primas, sus suelos o su mano de obra
esclava, y que ahora son también fácil pasto del terrorismo y el caos.
En el partido SAin entendemos que nada humano puede sernos
ajeno, y por eso condenamos los actos que niegan el primer derecho humano, el
de la vida, así como la pasividad de nuestras instituciones y agentes sociales
ante ello.
Nuestra indiferencia, mata.
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