El Ayuntamiento de Valladolid ha aprobado recientemente una moción para impulsar la libertad de conciencia y su carácter laico. Su texto contiene un extenso programa de medidas que, como muy bien saben sus impulsores, son recomendaciones que exceden de las competencias de un pleno municipal.
Bajo el amparo del mandato constitucional de aconfesionalidad del Estado vuelven a introducir el debate sobre el papel de las instituciones ante la simbología y las celebraciones religiosas. La moción pide retirar símbolos religiosos en los espacios de titularidad pública que dependan del Ayuntamiento de Valladolid, salvo aquellos que signifiquen “un bien patrimonial e histórico especialmente contrastado, que será convenientemente protegido y conservado, o cuando los símbolos formen parte de los elementos estructurales o artísticos de la edificación”. Nos preguntamos si la fe de muchos cristianos no ha supuesto un elemento estructural de la edificación de esta, imperfecta sí, democracia nuestra. Nuestra ciudad es una buena muestra de cristianos de distintas corrientes, impulsados por su fe, trabajando para edificar la democracia.
Cuando la portavoz de Valladolid Toma la Palabra,
María Sánchez, preguntó “¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que en este
salón de plenos ocupe un lugar un Cristo?” nos vino a la memoria la
actitud del alcalde socialista de Madrid, Enrique Tierno-Galván quien, en su
toma de posesión, prometió el cargo reclamando un ejemplar de la
nueva constitución y, ante la sorpresa de muchos, un crucifijo. Cuando
intentaron quitar el crucifijo de su despacho respondió: “La contemplación de un hombre justo que murió por los demás, no
molesta a nadie. Déjenlo donde está.” Sus razones fueron: “Yo no soy creyente, soy agnóstico. Pero la
figura del Crucificado es para mí un gran símbolo: es el hombre que dio su vida
por defender hasta el final una causa noble”.
¿Qué significa el gesto del viejo profesor? En
nuestra opinión, un profundo respeto por la convivencia en la diversidad y, por
otro lado, un respeto a los más sencillos. Él, poseedor de una gran capacidad
dialéctica e intelectual, supo ponerse a la altura de sus convecinos y no quiso
apabullarles con su superioridad intelectual. Qué contraste con la clase
política actual tan distante del pueblo y tan “masterizada”.
Otro personaje relevante, Miguel de Unamuno, dijo
que "La presencia del Crucifijo en las escuelas
no ofende a ningún sentimiento, ni aún al de los racionalistas y ateos;
quitarlo, ofende al sentimiento popular, hasta el de los que carecen de
creencias confesionales. ¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo
agonizante? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un compás y una escuadra? O ¿qué otro
emblema confesional? Porque hay que decirlo claro, y de ello tendremos que
ocuparnos: la campaña es de origen confesional. Claro que de confesión
anticatólica y anticristiana. Porque lo de la neutralidad es una
engañifa".
Los crucifijos no hacen daño. Claro que no. La
memoria no hace daño. Lo que hace daño es el sectarismo y la intolerancia. Lo
que lastima a una sociedad es que el poder pretenda que todos estemos cortados
por el mismo patrón. El poder quiere ciudadanos neutros y sin atributos pues
sabe que su identidad profunda está constituida por creencias, historia,
cultura, ideologías, etc., y eso constituye un desafío al poder. La
intolerancia a la expresión pública de las creencias niega la verdadera convivencia,
pues ésta consiste en que esas identidades se respeten y puedan tener expresión
pública.
Una
sociedad que se organiza sin contrapesos al poder, sea el estatal o del mercado,
no es más libre. La fe puede ser uno de esos contrapesos. Creyentes y ateos
pensantes deben rebelarse contra un Estado que pretenda erigirse en la única
fuente de moral desde su religión de estado. Ningún Estado, ningún
Ayuntamiento, pueden pedir a los creyentes que renuncien a la aportación
pública de su fe, en su condición de personas libres y conscientes. El laicismo
excluyente puede convertirse en un nuevo dogma y un pensamiento hegemónico.
A diferencia de la postura de la Asociación de
Abogados Cristianos (que no es una asociación cristiana, por cierto) creemos
que éste no es un tema a resolver en los tribunales. El papel del factor
religioso y el patrimonio ético, filosófico, histórico y cultural que contiene,
no se construye a golpe de sentencias. El único poder con el que el
cristianismo puede hacerse valer públicamente es el poder de su verdad interna,
manifestada en el testimonio de sus fieles.
El
Ayuntamiento no se hace más pluralista ni más libre quitando el crucifijo del
salón de plenos, más bien pierde un terreno sólido en el que asentar la
convivencia y la búsqueda del bien común. Creemos que vivir la ilusión de
espacios públicos neutros no nos hace más libres. ¡No lo pueden ser! No nos
hacemos más libres con tanto cortafuegos y tanta prevención ideológica.
Corremos el peligro de construir una sociedad de irritados que desemboque en
unos espacios públicos más parecidos a un congelador que a espacios comunes de
libertad.
Apostamos
por espacios públicos en los que se hagan presentes la solidaridad, las
creencias y lo mejor de cada corriente política, histórica y cultural. Por eso,
pedimos a nuestro Ayuntamiento que lo haga efectivo sin exclusiones ni
sectarismos. Que promueva la herencia y el testimonio público de quienes,
perteneciendo a una u otra corriente social o espiritual, han dado su vida por
los demás y han construido nuestra convivencia.
Pilar Alejos, profesora
de Secundaria
Rafael Astorga,
arquitecto
Soraya Caballero,
administrativa
Ana Mª Cuevas, psicóloga
Isabel García, maestra
Miriam Miguélez, ama de
casa
|
Javier Marijuán, abogado
Esther Mateo,
teleoperadora
Ana Sánchez,
bibliotecaria
Laura Sánchez, abogada
José Mª Santos,
ingeniero agrícola
Diego Velicia, psicólogo
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario