domingo, 4 de marzo de 2012

CADA VEZ MÁS GENTE VIVE DE LA BASURA...

Dos mujeres esperan junto a unos contenedores en la puerta trasera de una superficie comercial en Valladolid.

Juan López. ICAL Valladolid. En Diario de Valladolid-El Mundo
Portan un carro de la compra vacío pese a que el establecimiento ya ha cerrado sus puertas. Son las 21.30 horas de un día entre semana, el portón del supermercado se abre y dos empleadas salen cargadas con verduras, frutas, bollería, pan y productos a punto de caducar que no se podrán poner a la venta al día siguiente. Trabajadoras y mujeres se saludan educadamente en una escena poco común, incluso se preguntan en tono familiar y paradójico cómo les va la vida y mientras las primeras cierran la verja del establecimiento a la vez que prenden un pitillo como colofón a su jornada laboral, las segundas comienzan su labor de selección de los alimentos que podrán aprovechar para su consumo familiar.

Pimientos, lechugas y manzanas en estado óptimo pero que deben salir de los lineales para evitar podredumbres. Todo ello enfila el fondo del carro. Una vez lleno, les quedan 15 minutos andando hasta su casa cargadas hasta arriba de comida, tal vez con la que nunca hubieran imaginado que se alimentarían. Pero eso no les hace perder su orgullo ni les provoca vergüenza. Algunos vecinos que observan la escena, saludan a las mujeres, a las que ven casi a diario, incluso el perro de un paseante habitual de la zona, acude sin dudarlo a reclamar sus carantoñas, acostumbrado a su presencia.

Cada vez son más los que al cierre de los supermercados se ven arrastrados por necesidad a obtener algún alimento. Si bien la escena no es nueva, empieza a ser cotidiana desde el comienzo de la crisis, principalmente en las grandes ciudades de Castilla y León. La paradoja reside en que a la vez que algunos buscan comida en los contenedores cada español malgasta una media anual de 163 kilos por persona (7,7 millones de toneladas en total).

Es imposible no ver de vez en cuando a gente, y no siempre indigentes, que levantan la tapa del contenedor y revuelven dentro con el único fin de llevarse algo a la boca. En muchos casos, familias en las que hasta hace no mucho todos sus componentes trabajaban y el desempleo y el fin de prestaciones les obliga a ello. "Prefiero que me vean haciendo esto, que robar", dice Carmen mientras recoge alimentos en la calle Monasterio de Santa María de Monserrat de Valladolid. Reside en Girón y recibe 400 euros de ayuda en una familia en la que casi todos son desempleados de la construcción. Con ello da de comer a tres hijos y marido. Reconoce que cada 15 días la parroquia les da una bolsa de alimentos, pero es insuficiente y ello le empuja a acudir a aquel lugar.

Además de la comida, el gasto lo debe repartir también en pañales, ropa y calzado para su nieta de dos años, que vive con ella, dado que su hija es discapacitada y no se vale por sí misma. "Menos mal que la casa en la que vivimos es de mi suegro, porque si tuviéramos cargas hipotecarias estaríamos en la calle. No pagamos más que la luz y la bombona", resopla.

La comida se comparte

"Nunca hay discusiones, siempre se raciona bien", explica Carmen
Carmen acude a ese punto de la ciudad casi a diario. Lo hace a la misma hora desde hace dos o tres años. Una de las razones por las que no ha entrado en conflicto social es porque comparte estos alimentos con más gente. Allí también suelen acercarse familias de inmigrantes con una furgoneta, principalmente búlgaros y rumanos, "pero nunca hay discusiones, siempre se raciona bien". La relación con las trabajadoras del supermercado es agradable. Tanto que no arrojan al contenedor la comida si hay gente, sino que la dejan al lado para su selección. Cuando se acercan preguntan: "¿Qué tal Carmen?", y ella responde con un lacónico "bueno…", agradeciendo de nuevo su aportación. En ese momento pasan unas vecinas que las conocen. Mantienen una conversación en confianza, al mismo tiempo que Carmen y Puri buscan entre las bolsas los alimentos y los organizan en su carro.

Estas mujeres hablan muy bien de ellas: "Son muy limpias, porque lo que dejan lo tiran al contenedor. Hace años que las conocemos", comentan. Incluso, una de ellas admite que si hay endibias en las cajas y el resto no las quiere, se las lleva por su buen estado.

'Dignamente'

En la misma situación se encuentra el leonés Miguel, quien ha trabajado toda su vida en la construcción, pero con 48 años se quedó en paro. Casi tres después continúa en desempleo y reconoce estar "muy desanimado" por la falta de oportunidades, no solo por las condiciones actuales, sino porque supera los 50 y la edad es "un condicionante". La situación se complicó aún más hace dos meses, cuando su hija de 28 años tuvo que regresar a la casa paterna al haberse quedado también sin empleo.

Aunque reconoce que intentan salir adelante "lo más dignamente posible", no oculta las dificultades a las que tienen que hacer frente cada día. "Si hace frío, te abrigas más y sabes que no puedes permitirte ningún lujo", aunque explica que hay que seguir comiendo, algo a lo que contribuyen los supermercados de la ciudad que "tiran mucha comida en buen estado".

Aunque no se avergüenza de su situación porque "ha sido ajena a nosotros", prefiere no dar a conocer sus circunstancias. Por eso, declara que si algo no falta por las mañanas es "una ducha, aunque sea con agua más fresca para ir limpio". "No tengo trabajo, pero afortunadamente tengo una casa y el aseo no puede faltar". Al abrir un contenedor se encuentra una caja entera de patatas fritas pero caducadas hace dos días. "Mi hija se va a llevar una alegría porque son las que más le gustan", bromea.

La estampa se hace cada vez más típica de las ciudades. Pasadas las 14 horas, en una importante superficie comercial de la Avenida de Burgos de Valladolid, un grupo de búlgaros que transporta bolsas en bicicletas se afanan en recoger docenas de huevos en cajas sin abrir, que caducan ese mismo día o al siguiente. Pero también carne, algo pasada, pan y bollería. Junto a ellos y con la ayuda de una furgoneta, un matrimonio gitano y una de sus hijas también buscan alimento. En total, su unidad familiar se compone de 12 personas. El hombre prefiere no identificarse. Siempre ha trabajado en el campo, en la vendimia y en otras labores, si bien también dedica su tiempo a la recogida de chatarra, "aunque ahora casi no hay nada". "Yo me levanto todos los días a buscar trabajo, pero donde lo anuncian me dicen que ya han cogido a alguien", se queja. Llevan entre siete y ocho años acudiendo a las puertas de este supermercado, insisten en su buena relación con el colectivo de búlgaros y rumanos y coinciden en que si tuvieran un trabajo "más o menos bien pagado" no lo harían.

Nueva estampa en la tradición

"No tengo trabajo, pero afortunadamente tengo una casa y el aseo no puede faltar"
La crisis también se ha dejado notar en el tradicional y centenario mercado de frutas y verduras de la Plaza España de la capital del Pisuerga. La bella instantánea de un mercado que llena de vida el centro de Valladolid se mezcla ahora con la presencia de varias personas que a diario acuden, sobre las 15 horas, a escudriñar cajas para conseguir manzanas, naranjas, pimientos y lechugas, algo que se ha convertido en habitual, según confirman los comerciantes. Nada de esto les molesta y facilitan incluso este trámite colocando unidas las cajas con alimentos.

En general, se trata de grupos marginados, aunque también se acercan en muchas ocasiones ancianos. No es el caso de Carlos, un ciudadano chileno que toca la guitarra y la flauta durante dos horas al día en la calle Santiago. Se gana la vida así "porque no hay otra cosa", dado que de profesión es informático, pero tras cuatro años en España aún no ha podido dedicarse a lo suyo por la falta de oportunidades. Aunque obtiene entre diez y 18 euros al día gracias a la "bondad" del público de Valladolid, recoge fruta para alimentarse y así ahorrar "para comprarse unas gafas". En la actualidad aprende a tocar rumbas que escucha en internet, ya que se hospeda en una casa de acogida de la Iglesia que conoció a través de un amigo salmantino.

También en Plaza España busca su comida María Teresa, una vallisoletana de 30 años, madre de tres hijos y soltera, que cobra una pensión de 348 euros mensuales. Aprovecha que va a buscar a sus hijos al Colegio García Quintana para coger fruta y verdura. Un hombre que va con ella la recrimina lo que está haciendo, ella le pide su ayuda y él se la deniega y exclama: "Yo no me pongo a coger comida de ahí". Antes trabajaba en una lavandería, pero su jefe no le renovó el contrato. Dice que habitualmente no hace esto, pero lo ve necesario porque según cuenta algunas asociaciones rechazan socorrerla: "Solo se lo dan a los gitanos e inmigrantes", manifiesta en tono de reproche.

El mismo ritual

Pese a que la capital burgalesa no es Madrid, cada vez son más las personas que se ven avocadas a buscar comida donde otros parecen perderla. Ricardo es uno de ellos. Cada mañana acude hasta los contenedores que hay enfrente de un supermercado del barrio de Gamonal, donde no se le caen los anillos para meterse a buscar "lo que se aproveche del contenedor". Guarecido del frío con un chaleco y un gorro de su equipo de fútbol, hace todas las mañanas el mismo ritual: coloca una caja de fruta para que no se cierre el contenedor y se sumerge en lo que para muchos no es más que un espacio para albergar basura. Para él es mucho más, "una forma de ganarse la vida".

Ricardo es cartonero. Reconoce que para él lo de buscar en los contenedores no es nuevo porque "tiene que hacerlo para comer". En realidad no es la comida lo que le llama a adentrarse en los contenedores, pero no desprecia nada. "La gente tira muchas cosas que se pueden comer, ¿sabe? Y mira cómo está esta fruta, buena", comenta mientras abre uno de los cinco plátanos que hoy se ha llevado de regalo.

Recuerda que ha llegado a llevarse barras de pan enteras. "La gente no sabe lo que tira y los supermercados tampoco", comenta sin vacilaciones. De un salto y con una agilidad pasmosa sale del contenedor y prueba en los que están más próximos. "No me importa que la gente me mire", es mi trabajo, sonríe. No ha habido suerte, "seguro que han venido otros", mientras explica que cada vez son más los que se reparten los pequeños botines de comida que otros desprecian.

1 comentario:

  1. la verdad cuando alguna persona llega a coger cosas de la basura, eso significa que ha tenido mucho valor para hacerlo, in frente todo el mundo vecinos,amigos y familias, nosotra deber es de entenderlos y respetarlos por su valor de ser capace a decir a todo el mundo prefiero la basura que robar o hasta matar para vivir, este gente lucha contra la pobreza contra el hambre, y hasta contra la desesperanza, ellos transmitir un mensaje a este mundo que es ..yo puedo resistir y vivir hasta con la basura .

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